jueves, 30 de mayo de 2013

Mi vida Cap. II - Adolescencia

No llegué a tener buenas calificaciones hasta los once años, gracias al cambio de colegio y a un nuevo profesorado en su aulas, generalmente más joven y con métodos que en aquellos tiempos eran ya más progresistas y humanos. A partir de ese cambio, obtuve buenas notas en los exámenes de fin de curso e incluso puedo decir que disfrutaba de mis horas en la escuela. No obstante, muy a mi pesar y como le sucedía a muchos otros adolescentes, tuve que abandonar los estudios a los catorce años, nada más acabar la enseñanza primaria, pues era prioritario que me pusiese a trabajar para contribuir a la economía en el hogar. Siendo diez personas como éramos en casa, contando también con mis abuelos maternos, no me quedó otro remedio que comenzar a trabajar en una fábrica de papel que se encontraba a poco menos de medio kilómetro de casa, en la carretera que va desde El Papiol a Molins de Rei. Esta fábrica, fundada por el matrimonio Capdevila & Guarro, conservó su firma hasta los años ochenta, aunque tras su venta a una sociedad aragonesa, pasó a llamarse Papelera Española. Formando ya parte de la plantilla en dicha empresa, en los días en los que se produjeron las trágicas inundaciones de Septiembre del año 62, consecuencia del desbordamiento de los ríos Besós y Llobregat, y de las rieras del Vallés Occidental, me sucedió algo que también me marcaría para siempre.


En la imagen, yo de jovenzuelo frente a la puerta de la Masia Can Colomé, muy cercana a la vieja cartonera. Más adelante visité junto a mi familia esta masia convertida en restaurante-asador durante mucho tiempo. Menudas comilonas de carne a la brasa hemos disfrutado ahí...

Eran las 22:00 horas y no había luz como consecuencia de un rayo que había caido en la central eléctrica de Martorell. Las aguas del rio se habían teñido de marrón e inundaban los sótanos de la fábrica y el patio del recinto exterior, por lo que el dueño, el señor Capdevila, nos dio la orden de marcharnos a nuestras casas con la condición de volver a las 08:00 horas del día siguiente para poder limpiar de lodo los sótanos. Contento de poder dormir aquella noche en casa, me encaminé hacia ella sin otra compañía que mi paraguas, con el que me protegía de una ligera aunque copiosa llovizna, que seguía cayendo incesantemente tras la previa y descomunal tormenta. Entre las compactas nubes se dejaba ver de tanto en tanto la espléndida Luna, en su fase más avanzada del cuarto creciente. Esa imagen hipnótica me distraía de lo que sucedía a mi alrededor. Con el agua cubriéndome por encima de las rodillas, y enmedio de la oscuridad de la noche, no podía ver que ambos márgenes de la carretera estaban de hecho plagados de cadáveres. Con una sandalia menos tras haberla perdido en el fango, llegué al inundado portal de casa, donde se encontraban mis padres, hermanas, hermanos y algunos vecinos, comentando con gran preocupación la suerte que habían corrido las familias del Molí del Argemí, un pequeño conjunto de casas muy cercanas al río Llobregat. Al cabo de un rato nos fuimos todos a dormir, ignorando la verdadera magnitud de la tragedia sucedida en horas pasadas. A la mañana siguiente, al salir al portal, se me heló la sangre. El paisaje de los campos de cultivo era desolador, el bullicio de la gente se oía por todas partes y los carpinteros se agolpaban en los márgenes de la carretera, fabricando in situ y a destajo, ataudes de pino en los que meter a los muertos. Era terrible. Todo era barro y escombros.

Una brigada de la Guardia Civil me instó a sumarme al rescate de cadáveres y a ello me puse, junto a otros que habían sido reclutados de manera inmediata para la humanitaria tarea. Hallándome sobre un montículo de escombros, mi atención se centra entonces en una culebra que zigzagueaba lo que parecía ser un melón. Aunque al pronto no supe con exactitud de qué se trataba, al verlo desde otro ángulo pude apreciar perfectamente que era la cabeza de un hombre que había sido cubierto de lodo y cañas hasta el cuello. Di cuenta junto a otros compañeros, de tan desagradable hallazgo mientras pensaba para mis adentros: "¡Dios mío! Y pensar que anoche pasé sin saberlo junto a todos estos muertos..." Fue sin duda una experiencia de esas que dejan una huella indeleble y para toda la vida. Yo tenía solo quince años así que esta experiencia quedó grabada en mi subconsciente como a fuego.

A continuación os dejo con una información interesante. En el siguiente enlace se recoge en formato PDF un informe completo de lo que fue la trágica riada del 62 (en catalán). Podeis leerlo e incluso descargarlo.

http://www.xtec.cat/~gbermell/meteoeduca/article%20penell.pdf

En esta fábrica - en la cual presté mis servicios durante dos años más tras el nefasto suceso que acabo de relatar - sufriría un grave accidente en mi mano izquierda, pero sobre ello os cuento más en el siguiente capítulo. Para acabar éste, os dejo con un bonito y completo fotomontaje - aunque también triste para quien vivió in situ tiempos mejores de este lugar - extraído de Youtube y que recoge imágenes de la antigua cartonera... Ahora completamente abandonada.

Las imágenes son obra de Thierry Lasne Benazet, autor del interesante blog http://thibet3obert.blogspot.com.es/ Buscando imágenes de la fábrica he llegado hasta él, así que no he dudado en agregarlo a mi lista de blogs.