miércoles, 17 de julio de 2013

Mi vida Cap. V - Estructurando

Ya una vez cumplido el servicio militar y de vuelta a la vida civil, después de año y medio de estar ausente de mis padres, amigos y novia, reemprendo mi vida, en mi trabajo habitual como pintor de brocha gorda (aunque mi aspiración fuese, como bien sabéis, serlo de brocha fina). Al poco tiempo encuentro no obstante, un trabajo en Printer Industria Gráfica S.A. en la sección de mantenimiento, para la cual fui contratado. Esto me dio estabilidad y me garantizó el poder efectuar los planes de casamiento fijados de común acuerdo con la que hoy día sigue siendo mi esposa, Manuela González Moriña.


Manuela y yo en la época en la que éramos novios, pasándolo bien como "Bonnie & Clyde" en el ya desaparecido parque de atracciones de Montjuïc, en Barcelona (Catalunya, España).

El día de nuestra boda. Estábamos deseando estar solos...Al fin!!!

Y así fue como nos enlazamos en matrimonio un 9 de Julio de 1972. Ese año estuvo lleno de proyectos, ilusiones y visiones de un futuro que avistábamos como esplendoroso. Como primera gran meta, dejar nuestro pisito de alquiler y ser capaces de reunir para ello la cantidad de dinero suficiente, gracias a los ingresos del reciente empleo de mi mujer en un taller de termómetros, y a los míos como pintor. La hipoteca suponía una entrada mínima de cincuenta mil pesetas, para poder optar a un piso en propiedad cuyo precio total era de setecientas cincuenta mil y que firmamos liquidar en diez años. El piso era una obra nueva y estaba ubicado en la C/ Sant Isidre, nº 29, en la localidad de Molins de Rei (Barcelona). Estábamos ya en 1973 cuando finalmente nos mudamos de Sant VicenÇ dels Horts a nuestra nueva vivienda.

Curiosamente, justo al año de casados, otro 9 de Julio, apruebo el examen de conducir y con mi novísimo carné en el bolsillo, adquiero un Simca Mil de 3ª mano por 25.000 pesetas, de color blanco aunque parecía de color beige por lo oxidado y podrido que estaba. Aún así, el estado del motor era bueno, pero claro, no hacía honor a la carrocería. Para que os hagáis una idea, en el suelo del lado del conductor, junto a los pedales de freno, embrague y acelerador, había un boquete desde el cual podías ver incluso el asfalto de la carretera. Bonito recordatorio constante de tu posición económica, ay mísero de mí (¡hay que echarle humor a todo, qué le vamos a hacer!). Ante semejante ruina, aprovechando mis conocimientos de pintor, decido repasarlo un poco de chapa y pintura. Ya dicen ya, que la necesidad agudiza el ingenio. 

Lo del boquete supuso una tarea un tanto más laboriosa. Acabé tapándolo con un planché de varillas de acero y cemento "Portland", consiguiendo así que dejasen de bromear con mi coche llamándolo "Tronco Móvil" (el famoso vehículo de Pedro Picapiedra).